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Yo adoraba ir al circo, pero después de lo que me sucedió, aborrezco ir al circo y aún más a los payasos. Era un día
corriente en mi ciudad. Mi hermana pequeña y yo habíamos escuchado de que un nuevo circo había llegado y que las primeras 3 funciones eran gratis, pero por supuesto, nadie iba a ir después de la primera función. Mis padres no querían que nosotros fuéramos ya que era un espectáculo en el cuál los niños eran los únicos que podían entrar. Eso nos parecía sospechoso a toda la ciudad, pero había algo hipnótico en ese circo que atraía a todos los niños.
La noche de la primera función, mi hermana y yo escapamos de casa para ir al circo, ese ha sido mi mayor error en toda mi vida, el cuál le costó la vida a mi pequeña hermana. El show empezó como cualquier otro, todos estábamos tan emocionados, en eso, apareció un carro miniatura, de esos que utilizan los payasos, ahí fue cuando las cosas se pusieron aterradoras. La música de fondo se empezó a distorsionar, las luces se apagaron de golpe, escuche varios gritos y de pronto se encendieron las luces en una tonalidad escarlata, me di cuenta que mi hermana ya no estaba a lado mío. Del coche bajaron 3 payasos con sonrisas diabólicas, los tres rieron al unísono. Todavía recuerdo esa risa, una risa ronca y hueca, como si se tratase de un de un león
ahogándose. Los payasos corrieron hacia la primero fila y tomaron a cuantos niños pudieron, los metieron al cochecito
y repitieron el proceso una y otra vez. Los espectadores trataron de huir pero era imposible, había más payasos custodiando las salidas. Cada vez había más y más payasos. Entre la multitud pude ver a mi hermana llorando en una esquina del circo, fui por ella, la cargué y me di la vuelta y noté que ya no quedaba nadie más. Corrí hacia la salida y mi hermana me susurró al oído: “Ríe, ríe ¡Ríe!” Cuando la vi a la cara, note que esa, ya no era mi hermana, tenía la cavidad de los ojos vacía, brotando de ella sangre, el vestido ensangrentado y una sonrisa de oreja a oreja y un maquilla blanco. Ella empezó a reír al igual que los payasos que se acercaban a mi alrededor. Pensé, este es mi fin, ¡Voy a morir! Pero no fue así. Un payaso me tomó por la espalda, al mismo tiempo que otro me arañaba el abdomen, dieron la vuelta y me extirparon los ojos, me dejaron botado en un charco de sangre mientras yo reía. No paraba de reír. Salí del circo a rastras de ese lugar diabólico. Le conté a la policía los sucedido en ese lugar. Nadie me creyó. El circo ya no estaba. Me he vuelto loco, soy un esquizofrénico según mis doctores. Pero aún sigo escuchando esas risas, no se van de mi cabeza. Y lo que más me remuerde la conciencia es que “El Circo” pueda ir a tu ciudad a visitarte. Ya te he advertido, pero aún así, se que no escaparas de sus garras, así que solo…¡RÍE!
Carta realizada por el paciente #203 Joseph Lincoln
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