Cuando tenía 18 años vivía en un pequeño pueblo alejado de la ciudad, en el cual abundaban las historias de fantasmas. Muchos de los habitantes aseguraban ver apariciones de gente que se había suicidado en el río, algunos decían que se podían ver de noche, caminando lenta y penosamente por los campos.
La casa en la que vivía yo estaba bastante alejada del pueblo, había que recorrer al menos 30 kilómetros para llegar, y el camino era algo difícil de recorrer en auto o cualquier otro tipo de transporte. Era aburrido vivir allí, no había casi nada por hacer, aunque disfrutaba estar en contacto con la naturaleza. Era feliz allí, y no pensaba irme por nada del mundo. Hasta que un día todo cambió.
Solía sentarme en la ventana de mi cuarto, observar los árboles y el maravilloso paisaje. Podía pasar horas así, me inspiraba y me daba mucha tranquilidad. En frente de mi casa había otra, en mucho mejores condiciones que la mia, o al menos eso parecía. Jamás había visto a nadie entrar o salir de esa casa, y era raro porque estaba casi todo el día observando. Las ventanas estaban bajas, así que supuse que los dueños estaban de vacaciones.
Un día, la ventana se abrió. Automáticamente miré hacia la casa, y lo que ví me espantó y hasta hoy lo sigo recordando con lujo de detalles. Había algo allí, y no era un hombre. Era algo más. Tenía los ojos muy abiertos, de un tamaño anormal, y eran blancos. No tenía pupilas. Eran totalmente blancos. Tampoco parecía tener párpados o pestañas… sus ojos eran solamente dos pelotas blancas. No tenía nariz. Su boca era enorme, y sonreía. Era una sonrisa extraña, de oreja a oreja, y tenía dientes muy grandes. Era realmente horroroso… y me estaba mirando. Cerré la ventana inmediatamente y comencé a rezar. No sé que era lo que estaba allí, pero definitivamente no era humano.
Durante un tiempo dejé de ver por la ventana, pero de vez en cuando lo hacía. Al mismo tiempo que yo abría la mía, se abría la de mi “vecino”, y continuaba mirándome. Todas las veces que intentaba mirar hacia afuera, eso estaba allí. Y me miraba, podría estar mirándome durante días, jamás apartaba su mirada de mi. Intenté contarle a mi madre sobre esto pero fue inútil, no me creía. Ya que era la única persona con la que vivía, me sentía desprotegida. Esa cosa podía salir de su casa, y quién sabe lo que era capaz de hacer.
Decidí ir al pueblo, a visitar a una viejita que supuestamente sabía todo sobre las historias de terror del pueblo. Al principio se mostró amable, pero cuando le conté lo que estaba pasando se puso nerviosa, y sus manos comenzaron a temblar.
- Lo siento… suelo ponerme así. Aún no he tomado mi medicación – dijo sonriendo, dejando al descubierto cuatro dientes amarillos. Sabía que no era verdad: su reacción tenía algo que ver sobre lo que yo le había contado. Puso en su lengua dos pastillas rosas, y las tragó con un vaso de agua.
- ¿Podría decirme que es lo que está sucediendo? – insistí.
- ¿ Dónde me has dicho que vives?
Al darle las indicaciones del lugar, sonrió. No era una sonrisa de felicidad, sino una de lástima.
- Eres vecina del señor Heck – dijo aún sonriendo.
- No sabía que ese era su nombre. Si… su casa está justo en frente de la mía, y siempre me observa…
- Eso es imposible – me interrumpió – El señor Heck está muerto, y lo ha estado durante 23 años.
Inmediatamente recordé que mi madre estaba sola en la casa.
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