El Infierno Es Gris [Parte III]



Tan rápido como lo dijo empezó a llover. Este aspecto solo hacía que el momento pareciera mas irreal, porque la lluvia arrecio a tal punto de que el ruido de las gotas hacían parecer que caían a mis pies, pero estoy en la “seguridad” (sí, claro) de mi acogedora habitación, aun asi el mismo ruido me hizo mirar al piso. 
Y lo que paso después no sé cómo lo puedo explicar. Sentía la lluvia caer sobre mi piel, una sensación que siempre me había gustado cuando me tomaba por sorpresa una lluvia, apacigua o reacia. Pero esta vez sin duda había algo siniestro en las gotas. Cuando alce la mirada no estaba más en casa.
Era un valle, que pareciera una montaña, estaba oscuro pero la luz de la luna, azul y limpia pero extrañamente un poco más potente de lo que es, hizo que vea con claridad. En donde estábamos postrados era un círculo de tierra sin vegetación, un circulo no más grande que dos habitaciones juntas, y rodeado de arboles, tan juntos entre sí que no dejaban ver que había más allá. Y al voltear al otro lado del círculo lo vi: unas grandes puertas de algún metal negro, y que se veía gastado, pero fuerte, a los lados de la puerta habían dos pequeñas paredes en diagonal hacia las citadas puertas, con rúnicas en una lengua y escritura que nunca había visto, aunque claro, no soy un experto en idiomas. Pero detrás de las puertas no parecía haber nada; los arboles se acaban antes de llegar a ellas. Como pensé, 




estaba en la cima de una montaña.
-Por lo poco que recuerdo—dijo mi despreciable anfitrión- no sabes cómo este oscuro y lluvioso lugar ardía en tiempos anteriores. No habían arboles, sino fango, y según vienen las imágenes a mi memoria, almas débiles y condenadas hundiéndose en el. Supongo que se convirtieron en esos asquerosos arboles que ahora rodean el lugar. O que, ¿no has sentido como nos observan?
Un escalofrió punzante y eléctrico recorrió mi cuerpo.
-Esas runas—siguió- estaban cubiertas de llamas al igual que el fango, que pareciera tener algún combustible encima para que ardiera. Aunque yo creo que aquello que lo encendía eran las lagrimas y la saliva de esos pobres desechos fecales, tan patéticos y estúpidos que no pudieron ni entrar al infierno. —Yo solo escuchaba, y el prosiguió- aunque ahora no hay lugar en el que puedan entrar.
-Porque me has traído aquí. — Por fin dije.
-Para que veas que es del lugar del que vengo, después de todo con el tiempo me volví parte de ti. Para que sepas porque llegue hasta ti. Porque estoy aburrido, y quiero ver que tan fuerte de alma es el imbécil que me encadeno. Y para que veas como luce tu otro hogar. —Termino, y me doy cuenta de que sus palabras son tan frías y duras como recordaba, y que no lo he volteado a ver desde que su voz resonó en mi, ahora lejana, habitación.
-Yo no tengo un hogar. —respondí.
Seguido de mis palabras, puso una mano en mi espalda y comenzamos a caminar, hacia las puertas. No había reaccionado por completo, y estas se abrieron hacia afuera.
-¿Te gusto la montaña de los patéticos?—me dijo- solo una cosa, no tengo idea de si un humano puede soportar esto, pero valdrá la pena el espectáculo. 

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